Vinito para tres
Estábamos tirados en el piso iluminados solo por la luna llena, mientras el faso pasaba y en cada pitada sentía el sabor de su saliva. El vino de cartón ayudaba después de cada seca que picaba. Nos consumimos al punto que nos salteamos el bajón. Como pudimos, logramos acomodar dos colchones de una plaza en el piso, uno al lado del otro. Mati, yo y el amigo. Me acosté boca arriba, incrédula de tenerlo al lado en una cama. Le había roto tanto las pelotas en los últimos meses que al fin estaba a centímetros de lograrlo. Podía aspirar su olor a rastas, faso y sudor, me generaba un subidón más fuerte que la cocaína.
Es mi oportunidad. “Hoy no se me escapa, no esta vez”, me repetía como mantra. Me chupaba un huevo que tuviera novia, era tal la obsesión que desdibujé mis propios límites. No quería mirarlo, seguía con los ojos clavados en el techo, analizando cada viga, cada mancha de humedad. Hasta que su respiración empezó a soplar mi cuello. Me giré para quedar frente a él, con la excusa que duermo de costado; lo cual es verdad pero decidí que sea su lado y no el otro. Nuestras miradas chocaron, la mía con ilusión, en la de él asomaba la resignación. Estoy ganando la batalla. ¿Dónde pongo las manos? ¿Lo toco? ¿En dónde? Quería recorrer cada centímetro, pero las puse bajo mi cara, no me animé a más. Uno de sus brazos estaba bajo su cabeza, el otro colgaba desde sus costillas hacia el estómago. Su mano empezó a jugar con las sábanas que nos separaban, sin dejar de mirarme. Empecé a sentir que me estaba torturando sin tocarme, jugaba y me rozaba, jugaba y me rozaba. Por suerte, no podía ver dentro de mi ropa interior, me avergonzaba ya estar húmeda pero es que la victoria inminente es el mejor orgasmo.
Subió milímetro a milímetro hasta alcanzar mi cuello y de un empujón empotró su boca contra la mía. Saboreé cada mililitro de su saliva, bebí de él hasta embriagarme, pensé que no podía estar más mareada pero parecía que sí. Por dentro daba saltitos, amo lograr lo que me propongo y más cuando de hombres se trata.
Su mano siguió hacia su amigo, lo empezó a manotear parecía que había caído en un sueño profundo. Mientras me recorría cada diente con su lengua, su brazo se movía con más insistencia.
—Lo vas a despertar.
—Es lo que quiero, no puedo dejarlo afuera.
—Pero yo solo quiero con vos.
—Con los dos o con ninguno.
Conseguir lo que queremos siempre tiene su precio.
Paz García