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Siete por cincuenta y dos, más uno

Rayaba la pared con el filo del rosario que llevaba en el cuello. Aletargado por la cansina fricción de la madera, llevaba el conteo. Una raja por día hasta completar siete. Luego, un espacio mayor para comenzar con el siguiente conjunto. Así, hasta encadenar la cantidad suficiente como para que no se asomaran más allá del ancho entre las patas de la mesa. Llegado ese punto, acometía en otro renglón hacia abajo. Ignoraba las partes de pintura descascarada. A tal punto elevaba este dogma, que varias marcas quedaban atravesadas por los ínfimos peldaños que delimitaban las diferentes áreas.


Cuando marcó la primera raya luego de completar cincuenta y dos septetos, concluyó que había llegado el día.


A la mañana siguiente, cuando su cancerbero cumplió con la rutina de reventarle el bidón de agua contra la reja, gritó:


—¡Milico desgraciado! ¡Feliz año nuevo!


El guardia dio media vuelta y se alejó del calabozo estallando sus pasos entre sus propias carcajadas. 


Ni si quiera esa burla ampulosa, lo hizo caer en la cuenta de que aquel que terminaba, era un año bisiesto. 



Leandro Mesanza


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