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¿Por qué lloras?

Tiene un papel blanco en la mano. No logro darme cuenta si está compenetrada con las letras que lee o simplemente está rendida. A medida que se acerca me incomoda el asiento. Me muevo de un costado al otro. Cruzo y descruzo las piernas. No sé dónde meter las manos, si en las piernas o en el apoya brazos. Me acomodo el pantalón lo más disimulado que puedo. La silla de plástico unida a otras rechina con cada movimiento. Mi incomodidad hace eco. 


Desvío los ojos al piso por un segundo, no quiero que piense que soy un pervertido pero no puedo, no puedo. Los clavé en un punto cercano a ella, necesito disimular. Es imposible, todo su ser contrasta con este lugar sin vida. La luz blanca la hace parecer más pálida y de sus ojos salen pecas de sangre a todo su rostro. Su cara combina con su vestido. 


Al pasar en frente mío, miré el reloj como acto instintivo para evitar el contacto visual pero ni me registró. Me sorprendí del olor a pucho que dejó a su paso, la mezcla con el desinfectante me hizo picar la nariz. Ya no podía ver su rostro, así que le mire el culo sin disimulo. La puta madre, estoy tan metido en mi cabeza que no me di cuenta que hay personas alrededor mío. Como la señora que está sentada enfrente, ella sí me presta atención. Perfecto, quedé como un pervertido.


¿Qué mierda tiene esta piba? Porque no es ni su belleza, ni su culo llamativo. Es linda, sí, pero su tristeza es más atrapante. La transparencia de su rostro se metió desde mis ojos derecho al estómago para estrujarlo. Siempre tuve debilidad por ver a una persona llorar, pero con ella es diferente. 


Con los codos apoyados en las piernas, miré el reloj, empecé a mover el pie derecho a ritmo constante y frenético. Necesito correr, encontrarla, abrazarla, sostenerla, aunque sea un ratito. Necesito resolver, ayudar, contener, lo que me pida. No importa si nos conocemos o no. Llorá, pedime, te doy el mundo. 


Me paré y crucé miradas con la vieja. ¿Qué mira tanto?, ¿No vió la angustia de aquella chica?. Seguro solo piensa que soy un pervertido, el problema es que ella es poco empática y de pensamientos sucios.


No aguanto estar sentado. Ya no la veo. Me paro y empiezo a caminar hacia donde se fue. Al llegar donde la perdí, la decencia, la inseguridad, como quieras llamarle, me tiró para atrás. Volví a mi asiento. Tomaba impulso, iba. Me cagaba, volvía.


Necesito entender qué le pasa, todos los matices y vértices. Seguro tiene cáncer terminal. Sí, es eso. Quiero acompañarla después de cada quimio, sostenerle el pelo mientras vomita, raparme junto a ella, los dos mirándonos en el espejo. Abrazarnos, agradeciendo a la vida por habernos cruzado y a mi valentía por animarme en aquel pasillo. 


Sé que se conoce más a una persona por el motivo que llora (si llora), que por aquello que ríe. Hay falsedad en la risa, pero las lágrimas son sinceras, solo los actores pueden hacerlas sin motivo real. ¿Sería actriz? No, imposible.


—¿Ma?


No me mira, tiene los ojos clavados en el papel blanco que tiene en la mano. Tiembla su cuerpo pero su cara está rígida, sin expresión. Me separo de la pared y me acerco. Ella no se da cuenta hasta que le pongo la mano en el hombro. Cruzamos miradas y no hizo falta decir nada más, solo abrazarnos.



Paz García

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